“LA MICROFICCIÓN ES UN JUEGO DE LLAVES”
Entrevista de Piero De Vicari a Edgardo Ariel Epherra
1/ Según tu opinión, ¿qué rasgos identifican a la microficción por sobre el resto de los otros géneros literarios?
Además de la imperativa concisión (lo breve y preciso), narratividad, intertextualidad, polisemia, y esa vocación por el silencio y la entrelínea, existe algo muy paradójico: la microficción se diferencia de los otros géneros por la cantidad de vínculos que mantiene con todos ellos. Ningún otro reconoce tantos puentes (o canales o túneles secretos) desde donde se influye con todos los demás. La microficción es autónoma y peculiar pero indisociable de la poesía, el cuento, el ensayo, la crónica, el aforismo, los haikus, la novela, etc: desde siempre el género hiperbreve muestra tributos, influencias, deudas, usurpaciones, complicidades, cuando no memorables saqueos respecto a casi cualquier forma literaria. Es un género tan pequeño que en él caben todos. Por eso también es particular el tipo de autor y de lector que forja. Lo atestigua entre muchos ya clásicos un libro titulado “Antología del cuento breve y oculto” de Raúl Brasca y Luis Chitarroni.
2/ Si tuvieras que realizar una definición personal de la microficción con solo tres palabras, ¿cuáles serían?
La microficción es un “Juego de llaves”. El autor puede entrar, invitar a otros a breves espacios íntimos o misteriosos, y también puede perder el juego y quedarse afuera, solo.
3/ ¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Cómo llega a plasmarse la historia en tu microficción?
Me confieso incapaz de describir esos procesos, porque justamente son plurales: cada historia que te captura marca sus necesidades y define la impronta. Uno se pasa la vida tratando de aprender las reglas del juego, y después todo es una larga paciencia, hasta tener ocasión de aplicar lo que haya estudiado, a pura intuición, aplicando eso que llaman el instinto en el instante. Allí cada uno ejercita la alquimia de forma y contenido, para ‘pronunciarse’ en una historia que lo definirá como autor (¿ven que no puedo explicarlo claro?).
4/ Tenés en cuenta algún método en especial (selección, temática afín, etc.) al momento de preparar un libro de microficciones?
No es el contenido sino la forma: me abandoné a la diversidad temática, porque reconozco que los microcuentos, aunque se los quiera encasillar o etiquetar por asunto, u otros ítems, expanden su universo semántico, quieren, saben, pueden decir más y lo hacen. Así que lo máximo que se los puede ‘acorralar’ es en un libro. Pero nunca serán dócil rebaño temático. Formalmente sí tengo una especie de modesta premisa: para cautivar al lector alcanza con tres líneas, para aburrirlo bastan dos y para confundirlo sobra con una. Así que me cuido de la polisemia; sé que la única diferencia entre un remedio y un veneno es la dosis.
5/ Contanos sobre tus libros de microficción editados: ¿cumplieron el objetivo trazado al publicarlos? ¿cuál de ellos te dio más satisfacciones (por comentarios de los lectores o crítica)?
Me parece que un libro es en sí mismo el objetivo: disfruto al transitarlo, dejarme hablar por él, sentir cómo esa obra que estoy escribiendo me corrige. Y una vez parido (nuevamente sin trazarle planes, aunque uno tenga expectativas) el libro a uno lo lleva de la mano; es esa alfombra mágica que va a ponerlo frente a paisajes que ni sospechaba: permite conocer lugares, personas, descubrirse -con suerte- a uno mismo convertido en alguien un poco mejor. “La impura verdad” (ediciones Macedonia) me deparó una satisfacción doble (por su segunda edición aumentada) con críticas muy generosas dentro y fuera del país, de especialistas en el género, otros colegas y un puñado de lectores.
6/ ¿Cómo ves a la microficción en tu país? Los lectores aumentan o disminuyen?
La microficción en Argentina supone una “militancia de género” (te dediques o no a otros). Quien haya tenido la suerte de visitar algunos lugares no podrá evitar las comparaciones, y esto según se mire facilita entender ciertos fenómenos. Los autores y autoras de este país escriben, publican, interactúan, seducen, y adonde van “militan” por el género microficcionista: eso genera cantidad y calidad de lectores. En todo caso yo celebro que sea un género en expansión, que va decantando su preceptiva y recala cada vez más en los hábitos de la gente. Es verdad que en los trenes de Buenos Aires puede verse a muchos pasajeros sumergidos en novelas de 500 páginas más que en antologías de microcuentos, pero en foros, coloquios, bares y redes sociales la brevedad hecha ficción literaria marca tendencia (aunque contaminada por mucho ruido en lo virtual). Y es igual de cierto que en Santiago de Cuba, La Habana, casi todo el caribe afroamericano, la tradición oral favorece y multiplica la palabra; narradoras y narradores de toda edad llevan sus brevedades a convivir con la trova, y la microficción se cuela por las ventanas y vibra en las terracitas innumerables como el hecho más natural. Así que tal vez tenga razón Lauro Zavala cuando dice que la ficción brevísima será el modo de leer y escribir del tercer milenio.
7/ Si tuvieras que elegir a los cinco microficcionistas que te han enseñado las cualidades más importantes del género y consideras de indispensable lectura, ¿cuáles serían?
Mi amigo, iniciador y maestro Raúl Brasca y la entrañable Ana María Shua me brindan fuentes de relectura, consulta y provocación desde hace décadas, cuando tuve el privilegio de compartir con ellos actividades de difusión del microcuento en el sur argentino, desde Bahía Blanca. Ambos me develaron a los demás importantes microficcionistas que frecuento, y sus mismas obras son inagotables. Para responder esta pregunta enumero arbitrariamente a Borges, Macedonio Fernández y Juan José Arreola. Y si me hubiesen pedido a dos más habría dicho Luisa Valenzuela y Marco Denvi. Y…
8/ ¿Estás trabajando en un futuro libro de microficción? ¿Cuál será su impronta?
Con el título “Hay que pasar el infierno / milagros y andares de gente común ®” estoy paseando un puñado de microficciones en escenarios de aquí y allá, por este hábito de ganarme la vida (en todos los sentidos de la expresión) como escritor itinerante. El formato es cuasi obra teatral, con narración oral de historias propias, brevísimas, musicalizadas por el cantante y compositor Astor Vitali. Básicamente la “puesta” quiere sugerir que la vida no siempre puede explicarse, pero siempre se puede contar, y se debe cantar. Esa obra pronto será libro y disco.
9/ Si tuvieras que darle un consejo a un joven escritor que se inicia en este género de la brevedad, ¿cuál sería?
Si tuviera que dar consejos padecería una culpa crónica: de hecho cada día que uno vive y cada línea que uno escribe o lee lo modifican. Mi mejor versión de hoy sobre estas cuestiones puede ser objeto de arrepentimiento pasado mañana. Compartiré tres ideas ajenas que me siguen acompañando: Mempo Giardinelli sugirió decir lo que se tenga que decir, por sobre todo y siempre, pero a la vez no conformarse con eso y buscar la mejor forma posible, sin perdonarse el facilismo porque es condescender a la mediocridad. En igual dirección Abelardo Castillo habla de que “corregir es el permanente proceso de rectificación de uno mismo”. Para crear, para recrearse, para reinventarse, es decir para ser escritores, tenemos que corregir. Y también apelo a Isidoro Blaisten: uno ha madurado como autor cuando escribe lo que puede, corrige cuanto debe, y sabe cuándo decir “mejor no sirve”: ése es el momento de publicar una obra.
10/ ¿Nos regalás una microficción inédita?
FICCIÓN DE VERDAD ®
Suena el despertador. Hoy me encierro a escribir un cuento fantástico: el que va a la oficina es un acto fallido del espejo del botiquín del baño.