DECÁLOGO DEL BUEN
MICROFICCIONISTA
1)
No te ajustes a definición alguna, la microficción no ha sido aún
domesticada, pero lee mucho y bueno para vislumbrar de qué se trata.
2)
Dispones sólo de dos materiales: las palabras y el silencio, y debes
lograr que ambos sean igualmente significativos.
3)
Esfuérzate por escribir con la
menor cantidad de palabras y la mayor cantidad de silencio, pero asegúrate de que
tu microficción contiene las claves imprescindibles para ser comprendida. Si
has logrado eso, detente: considera al lector tan inteligente como tú.
4)
Cuida la calidad de tus palabras, la arquitectura y la música de tu
microficción. Mucho más que la novela y el cuento, y casi tanto como el poema,
la microficción alcanza su potencia por medio de la forma.
5)
Cuida la calidad de tu silencio, si es elemental y falto de sustancia,
tu microficción será una pieza menor que decepcionará a los buenos lectores.
6)
Si has cumplido con los puntos anteriores, despreocúpate del final
pero preocúpate por la última línea. El final es el sentido y lo produce el
lector, pero tú última línea debe habilitarlo para que lo haga.
7)
Si tu microficción contiene una historia, cuídate del resumen. Ninguna
buena microficción es el esquema de una historia, ni siquiera lo esencial de
ella. Un detalle objetivamente trivial pero cargado de significado por el
autor, dice más y mejor que la prolija enumeración de los hechos.
8)
Si tu microficción es humorística, cuídate de la simpleza del chiste.
El silencio del chiste es elemental: se agota en permitir el equívoco y tiene
como única finalidad esconder un sentido de efecto risible. El silencio de la
microficción humorística no tiene por qué ser menos sustancioso y complejo que
el de las que no lo son.
9)
Confía en tu impulso creador.
Todas las microficciones hijas de un mismo impulso creador, por heterogéneas
que parezcan, pertenecerán a una misma familia. No dejes que te las impugnen,
porque en la variedad está su riqueza.
10) Desconfía de los sabihondos que escriben
decálogos. En general, los decálogos sirven solamente para publicitar la
poética de quienes los escribieron.